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Glass

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Los altibajos vividos en la carrera de Shyamalan, en su relación con crítica y público, tuvieron su último pico alto con Múltiple, no tanto por la película en sí, una propuesta estupenda pero no en el top de su filmografía, sino por la promesa que generaba, una secuela, demandada durante casi dos décadas, de El protegido, posiblemente su mejor película y uno de los mejores retratos del universo superheróico desde el terreno de lo cotidiano. Glass es esa promesa llena de expectativas convertida en realidad. Sin embargo ya sabemos lo problemático de las promesas elevadas y Glass no es ajena a ello.

El foco de esta tercera película del universo de El protegido está, como indica su título, en el personaje interpretado por Samuel L. Jackson. La película no es, por tanto, la culminación del camino del héroe, sino del camino del villano principal. Si viésemos la trilogía entera desde esta perspectiva, El protegido sería la película que confirma una revelación personal y le otorga un propósito, Múltiple la que le proporciona la herramienta para alcanzar ese propósito, y Glass aquella en la que ese propósito puede o no culminar finalmente.

En ese sentido las tres películas funcionan perfectamente y Glass es el cierre lógico a ese camino, el lugar en el que todo cobra su sentido definitivo y en el que se ponen sobre la mesa, para su resolución, las cuestiones que han dominado este gran relato: la idea de que la excepcionalidad existe en el mundo cotidiano y de como el mundo real se organiza para catalogar esa excepcionalidad como consecuencia de un delirio y reflejarla sólo a través de ficciones alegóricas.

Es por eso que la idea de situar la acción principal de la película en una institución mental tiene todo el sentido. Y como casi todos los locos, Don Cristal no busca sino revelar su realidad al mundo, no dejar lugar a que su delirio sea, en el mejor de los casos, una mera cuestión de fe.

Sin embargo, la película lidia con un relato que es, de algún modo, anticlimático dentro de la trilogía. Aquí el conflicto no se articula tanto en la idea de frenar un peligro, aunque no sea ajena a ello, sino en un terreno menos abonado para el suspense y la acción. Teniendo recluidos a los tres personajes principales durante gran parte de la historia y al más relevante del conjunto empastillado hasta dejarlo catatónico, pese a la coherencia global, da la sensación de que la película se pasa mucho rato con el freno de mano puesto.

Aquí llega la contradicción que sufre buena parte del cine del director. Su obsesión con generar relatos en torno al sentido de la vida de sus protagonistas y, con frecuencia, ligados al propio análisis de la estructura de los relatos, ha dado lugar a películas que parecen boicotearse de forma consciente. Exigen a ratos una cierta suspensión de incredulidad por tratar de trasladar lo mágico a la realidad. En otras ocasiones adelantan o explican las claves del tipo de obra que pretenden diseccionar (el cómic en esta trilogía, las señales divinas de Señales o la estructura de un cuento en La joven del agua). Sus famosos giros finales quedan, por tanto, deslucidos de algún modo.

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Sin embargo, al menos en mi caso, esas sensaciones se desvanecen con los visionados casi siempre. Películas que en en el cine me parecieron regulares, han ganado muchísimo al ser revisadas porque, una vez conocidas las sorpresas y revelaciones, es el sentido del conjunto y el que otorga a los propios personajes, cuyas crisis vitales van directamente ligadas a este aspecto, lo que llena todas las aparentes grietas de las películas. Su obra, como las vidas de sus protagonistas, sólo cobra su pleno sentido de este modo.

Por tanto, lo que puede haber parecido una película algo fría en un primer momento, es muy probable que vuelva a ocupar un lugar esencial. Estamos muy habituados a que el cine de género se centre más en conflictos externos (la lucha contra el mal) o a internos vinculados a lo externo (el amor, la pérdida, la culpa, etc.) y Shyamalan siempre navega en un terreno profundamente íntimo, donde la clave final radica única y exclusivamente en el lugar especial que cada personaje ocupa en su universo particular y el vacío que genera no encontrar ese espacio único.


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